“ Educar en el Jardín de infantes- Educar las emociones”
El Nivel Inicial
pertenece al sistema educativo formal y por lo tanto cumple las funciones
social y pedagógica que caracterizan a toda institución educativa.
Educar a los niños pequeños implica una
sabiduría y una responsabilidad que ubica a las instituciones y a los
educadores como pilares del sistema educativo. La educación inicial traza las
huellas del recorrido que la infancia transitará en su proceso educativo
iniciando una modalidad de acercamiento al conocimiento que influirá en sus
posibilidades de aprender, de comunicarse, de expresarse.
Sabemos que el
modelo educativo que se pone en juego, en cada acción, en cada actitud, en cada
propuesta, en cada intervención, deja huellas en el desarrollo infantil; si
desde los inicios los niños vivencian experiencias de respeto, de escucha, de
cuidado, de valorización, se forman como sujetos pensantes, creativos,
protagonistas, responsables, buscadores incansables. Los modelos adultos tienen
un impacto fuerte y contundente en el estilo de sujeto que se va formando. Cuanto
más pequeños son los niños, más fuerte es la impronta de las acciones y
actitudes de las que son parte en sus cuidados y contactos cotidianos.
Si comprendemos
entonces el valor de las intervenciones adultas en la formación de los sujetos
podremos asumir la responsabilidad de acompañarlos en su inserción en el mundo
creando espacios de seguridad y confiando en su educabilidad. Este nuestro
enorme desafío como educadores de la primera infancia.
Como docente se pretende
orientar la práctica profesional hacia
una alfabetización emocional que permita a cada uno decodificar los mensajes que envían los niños
y a su vez educar a los pequeños hacia un desarrollo armónico singular.
Los niños también tienen emociones…
La investigación
actual sostiene que las emociones básicas, surgen desde la primera infancia,
tienen un carácter universal que elude las diferencias culturales.
Los estudios sobre
el desarrollo emocional demuestran que las principales emociones, como la ira,
el miedo y la alegría, se desarrollan en el niño antes del final del primer año
de vida y que la base de la que surgen está presente desde los primeros meses.
Ya en la segunda mitad del primer año
las emociones básicas comienzan a constituir una señal significativa, no sólo
para los demás, sino también para el propio individuo.
Los niños saben
distinguir entre las emociones antes de estar en condiciones de darles un
nombre; un bebé de ocho meses, por ejemplo, puede identificar el significado
emocional de la cara del adulto.
Los niños muy
pequeños pueden manifestar empatía ante las emociones ajenas.
A los dos años
empiezan a comprender la emoción implícita en la risa y el llanto. Hacia los
tres años los niños son capaces de distinguir, en su entorno, cuáles son las
personas más adecuadas para desarrollar determinadas actividades; comprenden,
por ejemplo, con quién se juega, a quién se puede pedir ayuda y a quien
solicitar información y, menos de un año después, reconocen los sentimientos de
los personajes de los cuentos; por ejemplo saben cuándo se trata de miedo,
tristeza o ira (necesitan del adulto para poner nombre a dichas emociones).
A los cuatro años
pueden utilizar ya términos como “ feliz”- “triste”- “enojado”- “ asustado”.
Al analizar la
capacidad de comunicación de los niños de edades entre los dos y los cinco
años, sorprende su conocimiento en lo que respecta a la expresión facial de las
emociones, así como el léxico emocional (si se lo educa) que utilizan.
“Tomarle el pelo a
alguien”, por ejemplo, significa conocer sus puntos débiles; molestar de manera
intencional y repetida a los padres, docentes significa saber lo que quieren y
cómo frustrarlos.
Nos parece válido
traer lo que dice Spitz (en 1965): que antes del comienzo de la conciencia, los
niños pueden, por un obvio afán de supervivencia, comunicar una incomodidad
junto a un prototipo de las sucesivas emociones positivas, como por ejemplo el
“ orientarse hacia” un determinado acontecimiento estímulo mediante el cuerpo y
el aparato sensorial.
Las emociones
son un componente innato del ser humano y probablemente a causa de la escasa
formación, al crecer, tendemos a distanciarnos de ellas, a menudo de forma
inconsciente… los profesorados encargados de la formación docente olvidan (en
general) dicho aspecto esencial. Pero el docente al asumir esta profesión,
también asume una responsabilidad en continuar formándose y buscar diferentes
medios para capacitarse.
Emoción y lo
pedagógico son dos caras de una misma moneda: durante la infancia la emoción es
el medio principal de comunicación y atribución de significado, que promueve,
modela e impulsa los procesos cognitivos (se relacionan los procesos de la
emoción y la cognición bajo la relación de interdependencia).
Así pues,
si las emociones son indispensables para que los niños se comuniquen y
atribuyan significado a lo que les rodea, sería necesario enseñarles a
nombrarlas, sin temer las emociones fuertes, desde la convicción de que lo
importante es saberlas reconocer y comunicar a los demás, con el fin de que el
hecho de compartirlas ayude a corregirlas, y sobre todo para que en ese acto de
compartir se sientan comprendidos y
aceptados.
Por tanto, todo adulto que se encuentre
al lado de un niño como figura de referencia, debe adquirir una sensibilidad
entropática hacia lo que pretende expresar el otro. Sólo así será posible que
el niño aprenda a reconocer y a atribuir un significado a la emoción propia y
ajena.
Escuchar al
niño y promover su mundo emocional no significa dar rienda suelta a todos los
impulsos que sugieran las emociones, sino permitir que el niño comprenda que
existe un equilibrio, un límite, una frontera, en cada situación, entre lo que él quiere, siente o necesita y
las demás personas.
Para ser
conscientes de las emociones del niño es necesario, ante todo, tomar conciencia
de nuestras emociones. Se trata de una escucha que no sólo requiere oídos, sino
también ojos, para captar el lenguaje corporal del niño, que muestra pruebas
físicas de la emoción; imaginación (no
proyección); palabras para reflexionar y ayudarle a dar nombre a sus emociones;
y sobre todo, corazón (deseo), para sentir lo que sienten los pequeños.
Sin
embargo, hay que recordar que ayudar a los niños a que encuentren las palabras
para describir lo que experimentan no significa sugerirles lo que deben sentir.
Significa únicamente ayudarles a construir un vocabulario a su alcance para
expresar las emociones.
Por último
agregamos, el adulto debe acompañar a
los niños en la comprensión de que el problema no radica en los sentimientos,
sino en los comportamientos. Todos los sentimientos, así como los deseos, son
aceptables; pero no cabe decir lo mismo de los comportamientos.
Esto se
traduce en el deber y en la posibilidad de poner límites a los actos, a los
comportamientos de los niños, pero no a sus emociones ni deseos, que existen y
deben ser comprendidos, aceptados y
fomentados. A los adultos les corresponde el deber de imponer límites a los
comportamientos sin negar los sentimientos que los sustentan. Por ejemplo: es
muy probable que los niños pequeños, en situaciones difíciles, como sucede ante
posibles frustraciones o desilusiones, expresen sus sentimientos de modo
inadecuado, rompiendo un juguete, diciendo palabras no adecuadas o pegando a un
compañero. En estos casos es necesario que el adulto reconozca en primer lugar
la emoción que subyace al comportamiento inadecuado, ayude al niño a darle un
nombre y, a continuación, lo acompañe en la comprensión de que tales
comportamientos son inaceptables y no serán tolerados. El mensaje que se le
comunicará implícitamente es: “Tus comportamientos pueden ser aceptables o
inaceptables; en cambio tus sentimientos, así como tus deseos, serán siempre
aceptables”.
Antes de
concluir, queremos recalcar que nuestro modo de ser adulto (como figuras de
referencias) determina lo que enseñamos a los niños. Mientras lo adultos no
sepamos hablar de nuestras emociones, los niños probablemente permanecerán en
silencio, manifestarán conductas agresivas, aprenderán a reprimirse… No
olvidemos que desde este lugar, espacio docente, somos productores de
subjetividad. Una gran responsabilidad, un gran desafío y una hermosa vocación.
María
José Taschuk
Docente del Nivel Inicial.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
·
Goleman,
D. (1991):“La inteligencia emocional”. Buenos Aires, Javier Vergara Editor.
·
Goleman,
D. (2007) “Educar las emociones”. Editorial: Producciones Editoriales C.A.
·
Spitz,
R.; Cobliner, W. (colaborador); Escalera, Manuel (traductor) (1965 texto
original y octava edición en 1983).
Editorial: México, Fondo de Cultura
·
Michela
Schenetti; Marta Pino Moreno (traductora) (2011) “ Comprender el dolor
infantil- Niños y niñas que sufren emocionalmente” Editorial:GRÓ